No es oro todo lo que reluce

No es oro todo lo que reluce

Decía Winston Churchill que Rusia era «un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma». La cita del ex Primer Ministro inglés refleja las diferencias existentes entre Rusia y el mundo occidental, especialmente respecto de Europa, con quien Rusia comparte frontera y durante siglos ha mantenido estrechos lazos. No obstante, la cita anterior todavía hoy puede ser utilizada. ¿Qué sabemos sobre Rusia? En el imaginario popular español—y no solo español—Rusia, su población y sus costumbres se reducen a un puñado de generalizaciones: frío, vodka, es un país muy grande, comunismo, etc. Pero, ¿qué hay más allá de la representación imaginaria sobre Rusia y sus gentes? ¿Podemos considerar a Rusia un país europeo o no? ¿Qué es Rusia? En este artículo quiero exponer las impresiones que llamaron mi atención durante las tres semanas que pasé en Rusia. No obstante, y aunque los comentarios siguientes son consideraciones de carácter personal, estas son fruto del contacto directo tan solo con ciudadanos rusos, en hogares rusos.

Mi viaje se concentró tan solo en la parte al oeste de los Urales. De los 140 millones de habitantes con los que cuenta el país, 100 se concentran en la parte “europea” de Rusia, de los cuales casi 20 tan solo en Moscú y alrededor de 7 en San Petersburgo. Además, es en ambas ciudades donde se concentra el poder, la economía y el turismo del país, por lo que no considero osado generalizar con mis impresiones sobre el universo denominado “ruso”, ya que la Rusia que conocemos se concentra en una pequeña porción de su inmenso territorio.

San Petersburgo y Moscú, las dos caras de la misma moneda que es Rusia

San Petersburgo y Moscú, las dos caras de la misma moneda que es Rusia. La ciudad báltica sí reúne características que invitan a pensar que Rusia es Europa. No es de extrañar: la ciudad fue mandada construir por Pedro el Grande, que estudió en Europa central y contrató arquitectos venidos de Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Alemania para diseñar la ciudad. Su arquitectura, los canales, sus largas avenidas o su vida diaria se asemejan a cualquier capital europea. Es también la única ciudad que se ha preocupado por el turismo y ha traducido las señales o los planos del metro al inglés. Sin embargo, lo que más llamó mi atención es que en sus calles se podían ver parejas homosexuales paseando cogidas de la mano con total naturalidad (es fácil encontrar en internet testimonios o pruebas visuales de la homofobia institucionalizada en el país y el trato de sus gentes para con los homosexuales). Probablemente este detalle sea el más destacable de la personalidad de los habitantes de San Petersburgo, más ligados a Europa—Finlandia se encuentra a una hora más o menos en coche—que los de Moscú.

Por otro lado, la capital de la federación rusa se compone de una amalgama histórica. En ella conviven la arquitectura «tradicional rusa», cuyos ejemplos más conocidos son la Catedral de San Basilio y el Kremlin; la arquitectura «comunista», donde destacan los llamados Gigantes de Stalin, y la moderna, cuyo origen se sitúa ya en el periodo post-soviético y que actualmente conforma el centro financiero de Moscú, conocido por los rusos como Moscow City (Москва-Сити).

Me parece un detalle digno de mención que en Rusia el centro económico del país haya tomado su nombre del inglés, la lengua de su némesis durante la Guerra Fría. Para mí, 25 años después del final del conflicto, este detalle me parece una cicatriz de la derrota soviética. Un herida simbólica que presenta el neocapitalismo ruso de hoy en día como un ejemplo de prosperidad, riqueza y modernidad, chocando frontalmente con los números restos del pasado comunista del país. En Moscú, contrario de lo que ha sucedido en Alemania, Italia o España, se mantienen todos los símbolos de su «glorioso pasado comunista». Detalles en los edificios, esculturas y bustos de Lenin, Stalin o el propio Marx, así como las imágenes de obreros desempeñando sus labores que se encuentran en las estaciones de metro —auténticos museos propagandísticos de la utopía comunista— son fáciles de encontrar paseando por las calles moscovitas. Obviamente, estas reliquias hoy constituyen uno de los grandes atractivos turísticos de la ciudad. Las tiendas de souvenirs lo saben y en sus escaparates presentan banderas soviéticas o matrioshkas de Lenin o Stalin. No obstante, y al contrario que San Petersburgo, Moscú no es una ciudad dedicada a los turistas. La dualidad del país y su indefinición para abrirse al mundo ha dado lugar a que todo cuanto rodea a la ciudad se encuentre escrito en cirílico, por lo que es necesario ir acompañado si se pretende sobrevivir a la inmensidad de Moscú. Sin embargo, de Moscú considero digno de mención su vocación artística. Junto a la ingente cantidad de museos que hay en la ciudad, así como los parques y demás parafernalia comunista que se mantiene como parada obligada para los turistas, me impactó el hecho de que algunos vagones del metro estaban decorados con copias de cuadros de los museos locales, promoviendo así el arte en un lugar tan peculiar como ese, algo que nunca antes he podido ver en Europa.

Mientras que Rusia siempre ha querido ser protagonista en Europa, con mayor o menor éxito, al mismo tiempo ha tratado de mantenerse aislada del mundo que le rodeaba

Quizás ahí está el acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma mencionado por Churchill. Mientras que Rusia siempre ha querido ser protagonista en Europa, con mayor o menor éxito, al mismo tiempo ha tratado de mantenerse aislada del mundo que le rodeaba. Ciertamente, antes de la Revolución de Octubre en 1917, los dirigentes rusos, generalmente aristócratas educados en Francia, Inglaterra o centro Europa, trataban de imitar las tradiciones y costumbres de los países en los que se educaban. Al mismo tiempo, a la población rusa, en su mayoría siervos de la gleba hasta la llegada del comunismo, se la mantuvo analfabeta y aislada de cuanto sucedía a su alrededor. Qué mejor ejemplo para ilustrar esta dicotomía, las dos caras de la sociedad rusa, que decir que la corte no hablaba en ruso, sino en francés.

Tras la llegada al poder de los sóviets, el nuevo gobierno trató de crear una verdadera identidad nacional, un orgullo ruso del que hoy bebe la idiosincrasia de sus ciudadanos. No era una tarea sencilla ya que en tan vasta extensión de tierra cohabitan más de 100 diferentes sentimientos nacionales. Durante la Unión Soviética se intentó crear una identidad común basándose en los valores comunistas, un sentir proletario con ambición global y que se comenzó a fraguar primero en su propia tierra. Desde ahí se extendió hacia el resto de repúblicas satélites que conformaban la Unión Soviética y que tras su desintegración se convirtieron en estados independientes. La hercúlea empresa de crear una “identichnost” (иденичность) común para todas las nacionalidades de Rusia ha fracasado. Rusia cuenta con problemas para mantener el orden en sus fronteras, donde la religión musulmana choca con la religión ortodoxa, que ha ganado poder en el país en los últimos años.

Sobre la creación de esta identidad común rusa pueden decirse muchas cosas. Para los ciudadanos de las exrepúblicas satélite de Rusia, ese proyecto para crear un sentimiento nacional común no era más que un intento de imponer los valores y principios rusos sobre los demás. Tal es así que se adoptó el ruso como la lengua oficial y se trasladó a millones de rusos a otros territorios para dirigir las administraciones de acuerdo a los objetivos del Kremlin, entre otras cosas. No obstante, tras el colapso del régimen soviético y su fragmentación, la población rusa ha confirmado que detrás de ese proyecto no había otra intención más que dominar a sus vecinos. Los rusos que habitan en las grandes ciudades ven con recelo como ciudadanos de Uzbekistán, Kazajistán, Tayikistán, etc. acudan a Rusia en busca de mejores condiciones de vida. Como si nunca hubiesen sido compatriotas, ahora son inmigrantes a los que se debe expulsar porque quitan el trabajo y el dinero de la orgullosa población rusa.

A tenor del imperialismo tradicional ruso, no puedo dejar de mencionar la cuestión de Crimea y de Ucrania. Hablando con un amigo ruso, pude comprobar en primera persona la influencia que los medios de comunicación y la política ejercen sobre nosotros. Probablemente muchos desconozcan que Kiev fue en su día capital de Rusia o que durante el imperio ruso la región de Ucrania recibía el nombre de pequeña Rusia. Probablemente, la inmensa mayoría desconozca que en las regiones ucranianas en las que hoy hay conflicto, según fuentes militares españolas, se habla ruso y se identifican con Rusia y no con Europa ya que las regiones del oeste, proeuropeas, tienen vínculos históricos con Polonia y estados europeos y poco o nada con sus vecinos del este. Quizás obviamos que Crimea fue anexionada por Rusia con muy poca oposición por parte de los habitantes de la península. A mí me llamaba la atención que en los quioscos callejeros de Moscú se vendiesen monedas coleccionables de las regiones rusas y entre ellas se encontrase Crimea, pese no haber pasado más de un año desde su incorporación. O que en la tele se anunciase Crimea como un destino ideal para las vacaciones estivales en familia. Pero más allá de la propaganda del régimen respecto a este tema, durante mi estancia en Rusia descubrí que para muchos, la anexión de Crimea a Rusia guardaba algunas semejanzas con la reunificación de Berlín: un mismo pueblo separado. Berlín por un muro. Crimea, por una frontera.

Las niñas en las escuelas son educadas en las labores domésticas, de la misma manera que se hacía en España hace 50 años

En cuanto a la sociedad rusa, mucho puede decirse de ella. La sensación que me dio es que se trata de una sociedad tradicional, desfasada y conservadora que gusta de hacer gala de su ostentosidad y opulencia, cuando la hay, y donde el carpe diem es el leitmotiv de su día a día. El tradicionalismo ruso es fácilmente apreciable. Todavía hoy las niñas en las escuelas son educadas en las labores domésticas, de la misma manera que se hacía en España hace 50 años. El rol de la mujer es casi nulo. Durante la Unión Soviética la mujer se incorporó al mercado laboral, ya que era delito no tener trabajo. Sin embargo, en los últimos veinte años la mujer ha vuelto al hogar pese a tener estudios y se conforma con ser dependiente del marido. Su sumisión al hombre también me impresionó. La mujer rusa ha interiorizado que el hombre está por encima de ella y su misión, por lo tanto, debe ser cuidarlo, hacerle feliz y estar guapa para él. Es por ello que no sorprende que las mujeres rusas se maquillen en exceso y salgan a pasear con tacones de aguja. Me pareció muy gracioso ver a cientos de jóvenes rusas en parques haciéndose fotos constantemente. No, no selfies como se han puesto de moda. Sino chicas posando para crear sus propios álbumes de fotos con los que mostrar su belleza para así poder conseguir un «buen hombre con trabajo y casa».

A nivel económico, Rusia es un país dependiente de las exportaciones de petróleo y gas natural. El descenso en el precio del barril de petróleo junto con las sanciones de la Unión Europea y Estados Unidos ha causado una pérdida en el poder adquisitivo de los rusos y el aumento en el precio de los productos. Para el oligopolio ruso no supone un gran problema. Tienen dinero suficiente para permitirse los caprichos que deseen. Recuerdo una cena a la que asistí en un barco donde había políticos, actores y otros empresarios. La cena fue ingente y los productos utilizados no eran los propios a los que accede un ciudadano de a pie. Pero el derroche es, en general, algo propio de los rusos, sin importar su poder adquisitivo. Las familias de clase media se van de vacaciones al menos una vez al año—y no dentro de Rusia, sino al extranjero—conducen un Audi, BMW o Mercedes, y utilizan todo tipo de productos de Apple, siempre de última generación.

Aunque sus edificios se encuentren en un estado deplorable y ruinoso,(…) el dinero se invierte en aquello que puede ofrecer un placer personal: tecnología, joyas viajes.

Aunque sus edificios se encuentren en un estado deplorable y ruinoso, el dinero no se invierte en mejorar las zonas comunes, sino en aquello que puede ofrecer un placer personal: tecnología, joyas, viajes. Lo mismo sucede con el cuidado de las dachas—casas de campo—que están llenas de muebles viejos y vallados de obra que ofrecen en ciertos casos una imagen más parecida a la de los barrios marginales que a urbanizaciones pensadas para pasar las vacaciones de verano. Aprovechan para disfrutar su dinero cuando lo tienen. No ahorran. Viven al día. Son el caso contrario al propio de la tradición católica, basado en el ahorro del hogar. Para los rusos, esta actitud se debe a que están acostumbrados a no tener nada y por ello prefieren aprovechar ese instante en el que tienen dinero antes de que lo pierdan y sea demasiado tarde.

El carácter ruso es peculiar. Su forma de emplear su dinero tan solo es reflejo de la personalidad de un pueblo que ha sido invadido en numerosas ocasiones ya que carece de fronteras naturales con los países vecinos. Mongoles, polacos, franceses, alemanes… han llegado a entrar en su territorio. Su carácter, sin embargo, es frío, paciente. Están seguros de que triunfarán frente a sus problemas. El mejor ejemplo es que han conseguido vencer al frío. El nacionalismo ruso se ha encargado de publicitar una historia de victorias, aunque estas fueran provocadas por las consecuencias del invierno ruso tal y como comprobó en primera persona Napoleón. Ese cinismo, así como su militarismo, se mantiene hoy en día respecto de las sanciones europeas. Su economía ha caído, se espera que se mantenga en recesión durante varios años ya que no se pronostica que el precio del barril de petróleo suba y, sin embargo, son capaces de vender camisetas donde se mofan de las sanciones y se vanaglorian de su «pasado victorioso» dejando a la vista carros de combate o misiles en los parques de la ciudad.

En definitiva, hablar de Rusia es complejo. La imagen que yo he tratado de presentar aquí se enfoca en la región europea del país. Hablar de Rusia en el siglo XXI es una ardua empresa debido a las peculiaridades del país. Se trata de una potencia derrotada intentando levantarse y hacerse un lugar entre las grandes, aunque el contexto internacional no la está ayudando. Un intento por mantener una esencia propia que es discutible, ya que no existe un único sentimiento nacional, debido a la enorme variedad étnica y cultural del país en un mundo globalizado. Fruto del ánimo revanchista ruso y de los impedimentos condicionados por el contexto internacional, la población rusa aguanta esperanzada con la perspectiva de conseguir una vida mejor. En esa gente es donde la propaganda nacionalista que pretende devolver al país su grandeza surtirá su mayor efecto.