Nadie se acobardó por la cola que daba la vuelta a la manzana. Ni por el frío. Ni porque estuviera oscuro —sí, la ciudad condal debería replantearse la iluminación de algunas de sus calles—. Esta vez venía con banda incluida a presentar su séptimo trabajo, Young as the morning, old as the sea. A pesar de que el álbum no había recibido muy buenas críticas, la reacción a su visita el pasado 6 de noviembre fue la prevista: sold out. Qué distinto entrar a Razzmatazz una noche de fiesta o para escuchar un concierto. Qué distinto entrar para oír bajos a un volumen con el que solo «los más elevados» se deleitan o para escuchar a Passenger.
¿Os suena Passenger? Es posible que penséis que no, pero sea que sí. Como el mismo cantante reconoció, «Passenger solo tiene una canción famosa». ¿Os acordáis de Let her go, la que a veces parece que pueda estar repitiéndose horas? (De hecho, es así. Para muestra, un botón). Ese fue el single que catapultó a Mike Rosenberg internacionalmente. La canción tiene más de mil millones de visitas en YouTube y le valió varios premios al artista; fue el mejor tema de folk en los Independent Music Awards de 2013 y la nominaron como mejor single británico del año en los Brit Awards de 2014.
Después del artista invitado Gregory Alan Isakov, el concierto arrancó con Somebody’s love, el single de su nuevo álbum de la firma Black Crow; superficialmente, la letra podría recordar a los memes sobre no buscar pareja en invierno —¡no nos vaya a molestar en verano!— (oh when the winds they blow / you’re gonna need somebody to love you). Sin embargo, sobre todo nos advierte que, como decimos los catalanes, en el amor, qui no s’arrisca no pisca (You’re never gonna get yourself burnt / If you don’t start no fires). Muy sabios, y pasaremos por alto esa doble negación, porque en esta revista repudian el prescriptivismo y hoy me siento generosa. La siguieron Life’s for the living y Young as the morning, old as the sea, donde la sorpresa fue la invitación de Rosenberg a cantar «aunque no te supieras la letra». ¡Y el experimento no salió nada mal! Por cierto, ¡la gente afina!
Sobre todo nos advierte que, como decimos los catalanes, en el amor, qui no s’arrisca no pisca
Uno de los momentazos del concierto llegó cuando el solista dedicó cerca de diez minutos a contar en qué situación vital había compuesto el tema que cantaría a continuación: 27. Por favor, si tenéis amigos que vayan a cumplir veintisiete años próximamente, enviadles el videoclip de esta canción. Después de años recorriendo el Reino Unido con su guitarra, de tocar en la calle de día y, de noche, en bares «donde solo había nueve personas escuchando, de las cuales ocho estaban allí por error» («Y la otra era mi madre, a la que no podía hacer viajar a todas partes», dijo el cantante.), un día, friiiiiiiiiiiito, Rosenberg compuso 27. Porque no sabía adónde iba, pero tenía el corazón hambriento.
Tras Anywhere, llegaron If you go I go, Hate (que nunca decepciona en el directo), Beautiful birds (esta vez en solitario) y muchas otras durante las que la banda descansó; pero el solista, no. Y, entonces sí, un Let her go con acompañamiento de luces espectacular y una Sala 1 totalmente entregada, entre la euforia y el llanto. Y parejas besándose. Y personas grabando. Y unos pocos perdiéndose lo que pasaba en el escenario, con la mirada fija en el móvil, pasando con el dedo, despacio, fotos de personas a las que dejaron ir. Porque ya se sabe: si la quieres, déjala libre; si no la quieres, déjala libre. El mismo Rosenberg contó que la protagonista de la historia era una chica de la que se enamoró; el problema fue que, para cuando se dio cuenta de que la quería, ella se había ido a vivir a Barcelona. Mi hermano, dándome una dosis de realidad, me hizo ver que, quizás, aquella era una historia estándar, repetida y adaptada en cada ciudad para emoción del público. Pero ¿y qué?
Como colofón, dos delicias que demuestran que el tema de la luz es la debilidad de Rosenberg; su invariante: un cover del Ain’t no sunshine de Bill Withers —se nota que a este chico le van las dobles negaciones—, pensado para enlazarlo con la canción anterior y que sirvió para que los músicos se lucieran, y otra de las más optimistas, ¡porque Passenger NO es deprimente!: Scare away the dark, con puyita a Trump incluida. El día 6 aún había… ¿esperanza? No, no nos vengamos arriba.
El público no se conformó y pidió un bis de una forma muy original: en la sala, los coros de la última canción no se extinguieron hasta que el grupo volvió a salir. Si estaba preparado, me sorprendería. Rosenberg acompañó al público en un par de coros más y se despidió, esta vez sí, con dos temas: primero, Home (They say home / is where the heart is / but my heart / is wild and free / So am I homeless / Or just heartless); y, por último, Holes.
Holes fue mi introducción a este grupo, gracias a Anna. Me envió la canción en el momento justo y para mí fue casi terapéutica. Porque «hay canciones que te dan de frente»: pocos nos libramos de tener algo que echemos de menos like a hole in the head, pero siempre hay que sobreponerse. Si te quedas a espaldas de la luz, te pierdes cosas como este conciertazo del 6 de noviembre.