¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Por qué estamos aquí?
Esta tríada de cuestiones metafísicas, que nos recuerda a la que Gauguin aparentemente sacó de un catecismo para titular una de sus obras, recoge algunas de las inquietudes que históricamente la religión y la filosofía se han encargado de responder. La ciencia no tiene una respuesta para la última pregunta hoy, y probablemente no pueda tenerla nunca, pero este no es el caso de las otras dos.
En efecto, a partir del conocimiento que tenemos sobre algunos de los procesos que nos han hecho como somos, podemos predecir algunos eventos del futuro: en 2026, acabaremos la Sagrada Familia; alrededor de 2040, llegaremos a ser nueve mil millones de humanos; dentro de 50 mil años, comenzará probablemente una nueva glaciación; dentro de 250 millones de años, la tectónica de placas habrá llevado a los continentes actuales a formar un único macrocontinente; dentro de trillones de años, es posible que el universo muera.
Pero precisamente es el pasado—ese «de dónde venimos»—el que podemos conocer mejor. No solo se prolonga materialmente en el presente en forma de restos arqueológicos más o menos fríos, asépticos, sino que está cristalizado en los edificios y estructuras urbanas y civiles que usamos, la configuración política de nuestras sociedades y, de manera menos apreciable pero mucho más íntima, en los elementos que forman nuestras culturas y a cada uno de nosotros.
El pasado causa cada uno de los elementos del presente: una tautología que se suele olvidar
Usando un ejemplo común: el consumo generalizado de lácteos es un hecho cultural que debemos a, por lo menos, tres hechos del pasado: la domesticación de animales, la adaptación posterior de los seres humanos al consumo de leche en la edad adulta, y el desarrollo industrial de las técnicas de ordeño. Además, en las sociedades que conocen este consumo de lácteos desde hace más tiempo, este se ha traducido en la aparición de variantes genéticas específicas que hacen que algunos adultos (hasta el 95 % de los noreuropeos, pero solo el 10 % de la población en algunos países africanos y asiáticos) sean capaces de digerir sin problemas la leche, mientras que el resto sí presenta problemas, como indigestión o la famosa flatulencia de Leonard Hofstadter de The Big Bang Theory. En otras palabras: quienes pueden comer lácteos hoy sin problema se lo deben a una decisión colectiva (probablemente inconsciente) tomada hace miles de años. El pasado causa cada uno de los elementos del presente: una tautología que se suele olvidar.
En este sentido, la macrohistoria del hombre comienza con la de la Tierra (o la del universo), pues todos estos procesos son los que hacen posible no solo que seamos, sino también que seamos como somos. Este estudio, absolutamente interdisciplinar por necesidad, incluye disciplinas como la astrofísica, la geología, la biología, la antropología y la historia, y avanza, como toda ciencia o estudio serio—parafraseando irónicamente al estudioso de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn—, entre avances claramente pequeños («ciencia normal»), cambios de paradigma, y pequeños avances que quieren ser rompedores.
Sin que se haya producido ninguna revolución cuyos efectos sean ya tangibles, febrero de 2015 fue un mes especial para la macrohistoria: algunas de las revistas científicas más importantes han publicado descubrimientos que, situados a lo largo de la gran historia del hombre, podrían suponer cambios importantes en cómo pensamos que fueron varios momentos clave de esta:
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La división entre los grupos primordiales de seres vivos, y la propia aparición de las células eucariotas, que conforman la mayoría de los más complejos (pluricelulares).
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La aparición de los mamíferos.
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Los antepasados animales más cercanos al hombre (micos, monos, simios pequeños y grandes ‒ también aclararemos la confusa terminología).
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La primera expansión de las gentes que hablaban una lengua que devino la familia lingüística más hablada, y de la que ya hablamos por aquí: el indoeuropeo.
De todo esto hablaremos las próximas quattro stagioni. Marchando.