Leí el otro día que un chaval estadounidense había propuesto un reto a un conocido jugador de la NBA: si el chico conseguía que su tuit fuese retuiteado diez mil veces, el jugador tenía que prestarle a su novia, a la sazón modelo, para que lo acompañase al baile de graduación. Esta anécdota me retrotrajo a las comidas de mi infancia, cuando, mientras daba vueltas al puré de puerro, bombardeaba a mi padre con preguntas del tipo: «Si pudieras escoger, ¿tú con quién preferirías cenar, con Roberto Carlos o con Hierro?».
A riesgo de que suene a déjà vu, lo repito: me obsesionan las listas. Pero no las listas sin orden ni concierto, lo que me tranquiliza son las jerarquías. Como niña tímida y de gustos poco convencionales, siempre supe que las jerarquías eran fundamentales para moverse por la vida. Con el fin de prevenir los errores y, lo que es peor, la duda, me pasaba tardes configurando mis jerarquías para actuar de forma decidida en esos momentos de incertidumbre en los que, por ejemplo, yo me pedía una Fanta de limón y el camarero me decía que no tenía, que tenía que ser Kas o Schweppes. Nunca me pillaba desprevenida: yo sabía que quería Fanta de limón y, si no, Kas limón, y, si no, Fanta de naranja, y, si no, Kas naranja, y, si no, pues agua (¡vaya bar…!). Una vez conocí a un niño cuya bebida favorita era el Frutopía y aquello me pareció el acabose, le admiré solo por tener la que yo imaginaba lista más larga del mundo y entendí, por fin, a qué se refería la gente cuando decía que el tamaño sí importaba.
Nunca me pillaba desprevenida: yo sabía que quería Fanta de limón y, si no, Kas limón, y, si no, Fanta de naranja, y, si no, Kas naranja, y si no, pues agua
Los años barnizaron de madurez mis listas infantiles; hoy, tras mis años de alocada vida universitaria, puedo decir que mi bebida favorita es la Fanta de limón y, subsidiariamente, el Kas limón, la Fanta de naranja y el Kas naranja.
El caso es que siempre me pareció que las jerarquías definían a la persona, por lo que me parecía vital saber si mi padre prefería a Roberto Carlos que a Hierro y a Hierro que a Iván Campo. (En honor a la verdad, lo que yo preguntaba era si prefería cenar con Onopko o con Oli, pero he tenido que adaptar el ejemplo porque presupongo un público no familiarizado con la plantilla del Real Oviedo de los años 90. Si alguno está familiarizado con la plantilla de la temporada 2015-2016, se puede pasar directamente por mi casa a recoger el premio). Pero el problema era que, plantease las alternativas que plantease, mi padre siempre me contestaba lo mismo: que él prefería cenar conmigo.
No podéis imaginar lo reconfortante que resulta este recuerdo para mi desasosegado ánimo de ex niña tímida: cuando me atenaza el miedo a que me inviten a un baile de graduación y a que Ryan Gosling viva ajeno a mi propuesta (maldita manía mía de no tener Twitter), pienso que no hay que preocuparse, que, subsidiariamente, la plaza está cubierta.