Os voy a demostrar que los libros son súper guay que te mueres. En un mundo donde el lector se ha caracterizado como un ente extraño—muchas veces con gafas, blanquecino, taciturno y que siempre lleva más que su peso en libros—voy a conseguir que os pongáis unas gafapastas (¡hasta me valen sin cristales!) y leáis. Modo ideal: sofá, manta y mucho silencio.
Cuando hablo de libros, no me refiero solo a Crepúsculo o 50 sombras de Grey, hoy pienso convenceros de que los «clásicos» (suena música celestial) son también maravillosos. Como buen ratoncillo de biblioteca, me he dado cuenta con el paso del tiempo de lo categorizados que estamos en relación al tipo de lecturas que hacemos. Es sorprendente cómo, yendo en el metro, puedes intuir el tipo de persona que es alguien por el libro que está leyendo: «dime qué libro lees y te diré quién eres».
Yo soy de esas personas que apenas cubren con el sueldo de un mes su ingesta masiva de libros. Pero, aunque suene a topicazo, creo que todos podemos ir un poquito más allá en cuanto a los tipos de lecturas que hacemos. Igual que una película de autor de un festival como Sundance, puede llegar a exponerse en los cines, o incluso a pasarse por televisión, todos podemos recuperar de la historia de la literatura (mi parte favorita de todo esto) un libro de esos que no ha entrado por la puerta grande del canon, sino que se ha perdido por el camino. Estos libros nos demostrarán que, al igual que los otros, son guardianes de una gran calidad literaria y, seguramente por su extrañeza, acabaremos por cogerles mucho más cariño.
Pero claro, no voy a motivar a nadie sin un ejemplo. Pues bien, leamos Guerra y paz, El jugador, Las cartas marruecas, El Cid, Las metamorfosis, el Calila e Dimna… no gente no, no voy a pediros esto (aunque sería muy interesante, lo prometo). Hoy os voy a poner el último ejemplo de librín rescatado que a mí me fascinó y que recomiendo a toda persona ávida por uno de fantasía y de época, con magia y engaños, ¡e incluso reivindicaciones sociales! Este libro en concreto es El caballero de las botas azules, de Rosalía de Castro.
Recomiendo este librín a toda persona ávida por fantasía, época, magia, engaños, ¡e incluso reivindicaciones sociales!
Analicémoslo (prometo no hacer spoiler): un hombre le pide un deseo a una musa para conseguir su sueño; acto seguido (y tanto, pasamos del prólogo al primero en una especie de mezcla de narrativa y teatro) aparece un hombre extraño, con unas botas súper chulas que todo el mundo quiere saber dónde ha comprado y que fascina a toda la corte (no, prometo que no es Ted Mosby). Este personaje acaba siendo denominado «duende» por la de líos que le rodean y que van a convertirlo en la envidia de media sociedad madrileña de principios del XIX. Por supuesto habrá amor, farsas, tomaduras de pelo… ¡y muchos quebraderos de cabeza!
Seguro que con este párrafo os habéis quedado blancos pensando en qué quiero deciros. Pues bien, no busco convencer a nadie de que salga corriendo de su casa cartera en mano para hacerse con el único ejemplar del barrio de este libro y que lo lea como si fuese esto un examen de comentario de texto. No. Lo que pretendo es dar un buen ejemplo de cómo rebuscando un poquito podemos hacernos con alguna joya que desde un estante nos asalte con un «¡hola, me llamo libro y quiero ser tu amigo!»; y no solo hablo de en las rebajas de El Corte Inglés, sino también en lugares más cultos como una librería o en un mercadillo. Lo que busco es abrir las puertas de este mundo a todas esas personas reacias a leer, que piensan que esto no es más que un pasatiempo de raritos o de friquis; o regalarles experiencias maravillosas a aquellos ya lectores que quieran experimentar.
Miradlo de otro modo, leer es un modo barato de viajar. Por ejemplo, yo este año me he ido al Madrid del siglo XIX, al Seattle del XXI, a la posguerra española, al exilio, a la Revolución Francesa… ¡y otros tantos sitios que ya no recuerdo! (Ya sé que esto es un tópico pero, ¿qué sería de la literatura sin ellos?)
Como ejercicio os propongo lo siguiente: al igual que el Caballero, cambiemos nuestra propia identificación social de reacios o de lectores asociada a un grupo particular y comencemos a ser «lectores del mundo».
Igual que para cada persona existe su media naranja, para cada lector hay un librillo extraño que debe encontrar.