Universitas

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Queridos lectores de terrae: ya no soy universitaria. Os pongo en antecedentes. Durante los últimos cinco años he estado frecuentando, de forma más o menos regular, las aulas de la Universidad Autónoma de Madrid. Hace un mes que me gradué y ya puedo confesarlo: no ha sido el mejor periodo de mi vida.

Me inscribí en la carrera de Derecho y Políticas pensando que la Universidad era un lugar donde encontraría personas muy distintas a mí, que cambiarían mi forma de ver el mundo. Sin embargo, pese a ir a una universidad pública, pronto advertí que muchos de mis compañeros compartían más o menos mis circunstancias: personas cuyos padres fueron a su vez universitarios en su día, con un nivel de vida acomodado, políticamente correctos. Comprendí que la Universidad, y más en concreto la Facultad de Derecho, lejos de ser una universitas, era un reducto de gente bien que un día, con bastante probabilidad, tendría el poder suficiente para cambiar el país.

Mi profesor de Derecho Tributario, en el discurso que dio en mi graduación, recordó una frase que aparece en El Gran Gatsby: «Cuando quieras criticar a alguien, recuerda que no todos han tenido las mismas oportunidades que tú». Aquella mañana en la que los discursos estaban plagados de quejas por el plan Bolonia, por el Master de la Abogacía, o por la subida de las tasas, alguien debía recordar la responsabilidad que conlleva pertenecer al reducto de gente afortunada.