Nunca mi oído estuvo más atento que aquellos minutos después de salir del cine. Los charcos reflejan la imagen solitaria de una ciudad desnuda. El chapoteo de mis pies al avanzar responde a una cadencia casi tántrica. Hay luz en las ventanas, un coche invisible ruge desde la avenida principal. Acaban de abrir una ducha. Escucho el eco de un lejano brindis, botellas de vidrio que se hacen añicos en busca de una vida nueva. Enseguida tropezaré con una gaviota que rebusca en la basura. Alguien intenta cuadrar la caja detrás de esa persiana echada. El sonido ensordecedor del mundo, la vida humana gritándome al oído. Y me encanta.
Todo fue culpa de The Tribe y sus dos horas de sonido no verbal. Todos los personajes de la cinta son sordos y la lengua de signos no se ha subtitulado. Dice el director que ni el amor ni el odio necesitan traducción. Su prometedor primer trabajo tiene diálogos y monólogos que fui incapaz de entender. Sin embargo, no se asemeja en nada a ver una película muda, tal y como había imaginado. Ni mucho menos.
Uno, que está convencido de que en una hora y media cabe cualquier historia, tardó treinta segundos en ser atrapado por la propuesta de Slaboshpitskiy. Y, a pesar de su metraje, no se me hizo larga. Me sentí uno más dentro del filme. Supongo que la ausencia de palabras obliga a multiplicar la atención. El visionado es pura concentración que termina por desguarnecer la sensibilidad y volver al espectador más vulnerable. Lo más curioso, lo que más diferente se me ha hecho en relación con las películas convencionales, ha sido la sensación de que toda la historia era un castillo en el aire. Quiero decir que la total ausencia de diálogos comprensibles para mí, privaba de certeza al argumento que construía en mi cabeza. Ver lo que sucedía en escena sin estar seguro de que lo que yo estaba viendo era realmente lo que estaba pasando fue una experiencia genial. No se preocupen. Les prometo que no hay lagunas, ni saltos. The Tribe no abandona al espectador de tan dentro que lo obliga a estar. Verán cómo no van a descolgarse en ningún momento. Eso sí, se sorprenderán reinterpretando una y otra vez todas las premisas argumentales que creen para entender la historia.
Todos los personajes de la cinta son sordos y la lengua de signos no se ha subtitulado
Poco más puedo añadir sin privarles del placer de su propia y personal aproximación a la cinta. The Tribe fue premiada en 2014 con la Palma de Oro y no creo que fuese una excentricidad cultureta como podría parecer en un momento dado. ¿Saben que tampoco tiene música? Acierto total. Insisto en que es una película hecha por actores sordos, sobre personajes sordos y en la que el silencio es el ingrediente maestro, a pesar de todo lo cual se trata de un original homenaje al sonido. A los sonidos. Al ruido cotidiano que ignoramos y asumimos por costumbre.
Sé que en verano no se va al cine. Los cines de verano son otra cosa. Si tal vez vive usted en una ciudad como la mía, de veranos fugaces, intermitentes y disimulados, apunte The Tribe para un día gris. Así como hacerla fue un desafío cinematográfico, a buen seguro que verla es también un reto importante. No será fácil, pero su esfuerzo obtendrá recompensa. Atención, son dos horas de una intensidad desbordante. Cuidado, la película es tremendamente dura, brutal. Pero no van a quedar indiferentes. Y la sorpresa merece la pena.