Desde sus inicios en el año 1911, la importancia que ha tenido Hollywood en la sociedad norteamericana va más allá de lo que en principio nos pensamos. En el viejo continente lo vemos como una gran empresa que colapsa nuestras salas de cine con títulos cada vez más deslumbrantes, pero esconde algo más que eso. Su poder de transmisión es impresionante, ya que, sin siquiera haber estado presentes, sabemos lo dura que fue la conquista del Oeste, el horror que supuso la Guerra de Vietnam o la ferviente lucha de la policía estadounidense contra el crimen organizado de los años 20. Constantemente escuchamos las historias de grandes héroes extranjeros llamados John o Michael que nos recuerdan momentos pasados de tierras lejanas que, si no hubieran sido producidas por la meca del cine, tal vez nunca nos hubieran importado.
Sin embargo, esta labor propagandística no es algo reciente. Hollywood lleva exportando el ideal americano y su historia desde sus orígenes y hoy me gustaría comentar uno de los casos más sonoros y que afectó no sólo al cine, sino también a toda la sociedad de la década de 1950.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos carecía de un órgano gubernamental que se encargase exclusivamente de la propaganda. Por comparar, Alemania contaba con su propio Ministerio de Propaganda y otros países europeos, como Francia o Inglaterra, disponían al menos de una oficina gubernamental que se encargase de cometidos similares. En el caso norteamericano, no fue hasta el 13 de junio de 1942, un año después de que el país entrase en la guerra, cuando se creó la Office of War Information (OWI). El único problema radicaba en que la función de este nuevo servicio se centraba más en revisar y aprobar los diseños de los distintos tipos de propaganda existentes, como la cartelería y las emisiones de radio, que en crear sus propios productos. Y es aquí donde entendemos la importancia que tuvo Hollywood durante la Segunda Guerra Mundial.
Esta labor propagandística no es algo reciente. Hollywood lleva exportando el ideal americano y su historia desde sus orígenes.
Hay que recordar que en cualquier guerra no todos los ciudadanos van como soldados al frente, ni siquiera todos los hombres. Hay mucha gente que, por diferentes motivos, se queda en casa apoyando al país de diferentes maneras. Por ejemplo, actores de Hollywood como John Wayne o Humphrey Bogart que no marcharon a la guerra, rodaron varias películas patrióticas para ayudar a hacer propaganda internacional del poderío estadounidense. Es el caso de películas como Air Force de Howard Hawks rodada en 1943, Objetivo Birmania de 1945 de Roaul Walsh o la famosa Casablanca, rodada en pleno 1941.
El cine de Hollywood hizo las veces de estudio de propaganda audiovisual mostrando a los poderosos aliados contra las malévolas potencias del eje y creando nuevos géneros como el documental bélico con grandes directores como John Ford o Frank Capra. La fórmula del héroe triunfador se repetía en un sin número de cintas, con la excepción de que el caballero andante se transformaba en un soldado sufridor.
El 2 de septiembre de 1945 la Segunda Guerra Mundial llega a su fin, ofreciendo a la industria cinematográfica infinidad de recursos argumentísticos que aún se repiten en nuestros días. No obstante, las tensiones no terminaron con la rendición alemana. Los nazis fueron derrotados, pero por vencedores de muy diverso pensamiento. El mundo quedó dividido en dos bloques: el occidental-capitalista con Estados Unidos al frente y el oriental-comunista liderado por Unión Soviética, originando el conflicto que ahora conocemos como Guerra Fría.
Durante este largo periodo, que duró desde 1947 hasta 1991, cada uno de los dos países intentó implantar su modelo de gobierno en todo el planeta, lo que originó fuertes conflictos como la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles de Cuba o la Guerra Civil China. Este enfrentamiento entre Occidente y Oriente afectó tremendamente a la sociedad norteamericana ya que justo al terminar la guerra en 1945, Estados Unidos emprendió una de las mayores cazas de brujas de los últimos siglos, centrando su atención en Hollywood.
Estados Unidos se preocupó mucho por qué películas emitir, qué valores democráticos exportar y qué temas era mejor no abordar
La industria del cine había sido durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial un enclave de comunistas, los cuales ocupaban grandes puestos en las majors, las 5 principales productoras norteamericanas. El gobierno del presidente Truman se encargó de investigar y aislar a los miembros del partido comunista ante el miedo de que incluyeran películas con mensajes favorables hacia el régimen de la URSS.
Al igual que lo que ocurrió en la guerra, Estados Unidos se preocupó mucho por qué tipo de películas se debían emitir, cuáles eran los valores democráticos que se debían exportar a Europa y sobre qué temas era mejor no abordar durante la Guerra Fría. Y para llevar a cabo esta labor, Hollywood se encargó de transmitir este mensaje camuflándolo entre uno de los géneros menos reconocidos del momento pero más apropiado por su carácter maleable a la hora de transmitir valores: la ciencia-ficción de la serie B.
Los años cincuenta serán considerados como la edad de oro de la ciencia-ficción en el cine. Durante este periodo vemos un gran ciclo de películas que hablan de la llegada de extraterrestres a Estados Unidos con consecuencias nefastas para sus habitantes. Esto es debido a la influencia directa que ejerció la Administración en el cine, buscando explotar algunos de los temores ocasionados durante la época de entreguerras hacia el régimen comunista. El cine de alienígenas había sido poco explotado y, salvo la famosa emisión de radio de Orson Welles de La guerra de los mundos en 1938, nunca habían llegado al gran público, menos aún a Europa.
Es por ello que las majors no tardaron en ver un posible negocio con este género aprovechándose del panorama social del momento. Tras los sucesos producidos en Hiroshima y Nagasaki, el mundo quedó alertado de los peligros que supondría para la población civil una guerra nuclear. En 1949, los soviéticos consiguieron fabricar su primera bomba atómica conocida por el nombre de RDS-1 y que era una copia exacta de las que habían usado los americanos contra los japoneses. La paranoia nuclear se acrecentó más cuando comenzaron a publicarse avistamientos con fotografías de platillos volantes que un primer momento se pensó que eran los soviéticos en sus naves buscando acabar con los Estados Unidos. Todo ello dio origen al caldo de cultivo perfecto para hacer estas películas, pero con sutiles cambios.
La paranoia nuclear se acrecentó cuando comenzaron a publicarse avistamientos con fotografías de platillos volantes
Arropadas por la Administración y ante la falta de guionistas—pues la gran mayoría habían sido apartados de la industria por pertenecer al partido comunista—las productoras de Hollywood comenzaron a estrenar una serie de cintas que relacionaban indirectamente a aquellos hombrecillos verdes con los soviéticos. Para empezar, los alienígenas eran representados ahora como el «enemigo exterior», solían provenir de Marte, el planeta rojo, carecían de individualidad e iban armados con una tecnología muy superior a la humana con un poder destructivo similar a las bombas atómicas y que, a diferencia de lo que ocurre en las guerras, atacaban a los ciudadanos de a pie con sus platillos volantes, los cuales ya habían sido avistados en la vida real. El cine aprovechó no sólo para hacer propaganda anticomunista e inclinar la balanza hacia el lado americano, sino también para mantener a la población alerta ante un peligro inminente.
Tal vez la película que mejor refleja este sentimiento sea La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, 1956) dirigida por Don Siegel y que narra una invasión extraterrestre contada desde el punto de vista de la población civil. En la película, unas esporas provenientes del espacio exterior forman una serie de vainas de las que surgen copias idénticas de los seres humanos. Estos alienígenas pretenden reemplazar a toda la raza humana por copias carentes de cualquier tipo de sentimiento.
Este film, que más adelante se comercializó en Europa, narraba a la perfección todos los miedos de la sociedad estadounidense contra los comunistas. A diferencia de otras cintas que trataban el tema de una manera más sensacionalista, en La invasión de los ladrones de cuerpos se trató la invasión con un argumento mucho más serio y mejor construido. La acción no se desarrolla en una gran capital, sino en la pequeña ciudad de Santa Mira caracterizada por el American Way of Life. La infiltración es silenciosa e invisible, las vainas carecen de los sentimientos más básicos de los humanos como la alegría, la tristeza, el miedo, la ira o el asco. Cuando se rebelan ante el protagonista para obligarle a rendirse, predican un sistema en el que desaparecerán todas las diferencias entre los individuos.
Estos replicantes actúan como autómatas, sustituyendo a sus víctimas mientras duermen y suprimiendo toda fuerza de voluntad. Son, en definitiva, «recipientes sin alma» tal y como nos dice el protagonista casi al final de la cinta, réplicas perfectas que actúan, hablan, y conocen todos los recuerdos de su víctima, hasta el más mínimo detalle, pero en ellos no hay rastro de humanidad o de emoción. De ahí el hecho de que en poco más de dos semanas tanto el restaurante como la sala de baile hayan perdido toda su clientela.
El cine aprovechó no sólo para hacer propaganda anticomunista, sino también para mantener a la población alerta ante un peligro inminente
A todo esto hay que añadir la gran diferencia que supone con respecto a las otras películas de extraterrestres de la serie B. Como he dicho anteriormente, la invasión no se produce con los clásicos platillos volantes o con armas de rayos, el enemigo permanece oculto, actuando en la sombra. El miedo viene por la sospecha de que el extraterrestre (o el comunista) puede ser cualquiera: tu vecino, un amigo de toda la vida, un familiar, etc. Los extraterrestres pretenden acabar con la libertad individual instaurando por fuerza un discurso oficial que pretende homogeneizar América y hacerla así más manejable por una fuerza superior. Además, otro factor que nos ayuda a ver este mensaje anticomunista se manifiesta cuando todo el pueblo es conquistado, pues los alienígenas continúan realizando las mismas actividades y manteniendo el mismo status social que tenían antes de la abducción. El aspecto externo de la sociedad no se ha alterado en lo más mínimo pero el verdadero cambio se encuentra en el lugar que más temían los estadounidenses, su pensamiento.
Hay más películas que reflejan este sentimiento como Ultimátum a la Tierra de 1951, El enigma de otro mundo de 1951, El invasor marciano de 1950 o La Tierra contra los platillos volantes de 1956. Sin embargo, con la llegada de los 60 los cambios que se produjeron en la sociedad norteamericana hicieron que el género dejase de gustar a una población que prefirió regresar a los westerns y al cine romántico. Fue necesario esperar hasta la llegada de La guerra de las galaxias y Encuentros en la tercera fase, estrenadas ambas en 1977, para que la ciencia-ficción volviera a las principales salas de cine, asentándose de esta manera como uno de los principales géneros cinematográficos.
No obstante, los años 50 siempre serán recordados como la edad de oro, un momento en el que se proyectaron una infinidad de cintas que van más allá de la simple historia que cuentan y, al igual que los invasores extraterrestres, ocultan su verdadero significado de los ojos de los humanos. Un significado que nos habla de cómo se sentía una sociedad durante uno de los uno de los acontecimientos geopolíticos más relevantes del siglo XX. de la historia de la humanidad. Esa es la magia secreta del cine.