Todo está inventado.
Cada mañana nos levantamos con el pitido del despertador, nos damos una ducha, desayunamos unas tostadas junto a una taza de café, cogemos el coche, el autobús o la bicicleta para ir al trabajo o a clase; tomamos apuntes en un cuaderno o mandamos informes desde el ordenador de la oficina, vamos al cine, a correr o a echar una pachanga con los amigos, luego cenamos, cama y vuelta a empezar. Pero… ¿alguna vez os habéis parado a pensar en el origen de nuestros objetos más cotidianos? Estamos tan acostumbrados a su presencia en nuestras vidas que ignoramos el viaje histórico que han realizado hasta llegar a nosotros. Hoy me gustaría hablar de uno de los más importantes y más minusvalorados: el Tenedor.
En la evolución de nuestra utilería de cocina encontramos en primer lugar el cuchillo, cuyo origen se remonta a aquellas lascas de sílex necesarias para cortar la carne de los animales y que hoy en día podemos ver en los museos. La cuchara nació de un cuenco unido a un palo, para poder meterlo en la olla hirviendo sin necesidad de quemarnos las manos… pero, ¿y el tenedor? Si lo miramos bien, vemos en su forma que hay una intención para poder crearlo, no nace de la nada espontáneamente. Hoy lo encontramos entre las cucharas y los cuchillos, pero no fue hasta el siglo XI cuando empezó a escribir su propio capítulo en el gran libro de la historia.
Primero, mencionar unos breves apuntes para entender mejor el significado de tan pequeña invención. En el siglo XI existía un gran imperio que dominaba Europa: el Imperio Bizantino, último recuerdo del esplendor de la civilización romana. Para entablar relaciones con una joven república mercantil conocida como Venecia, el emperador Constantino X decidió casar a su hija, Teodora Anna Doukaina, con el Dogo (gobernante de Venecia por aquel entonces) Domenico Selvo. Entre su equipaje, la joven princesa decidió llevarse consigo un utensilio típico en Constantinopla pero desconocido en el resto del mundo, el fourchette, padre del tenedor moderno.
Hoy lo encontramos entre las cucharas y los cuchillos, pero no fue hasta el siglo XI cuando empezó a escribir su propio capítulo en el gran libro de la historia
Este primitivo utensilio, similar a un pincho, se componía de un cuerpo de oro macizo y una punta de plata, cuya función consitía en llevarse la comida a la boca sin necesidad de usar las manos. Sin embargo, este simpático utensilio no cayó en gracia a todo el mundo. La sociedad veneciana veía esta actitud de la princesa a la hora de comer como refinada, escandalosa y reprochable, hasta tal punto que incluso el Arzobispo de Ostia y Cardenal Benedictino San Pedro Damián llegó a llamar a este fourchette «instrumentum diaboli». Además aquellos que intentaban utilizarlo se pinchaban la lengua, las encías, los labios… o lo utilizaban a modo de mondadientes.
Sin embargo, como si se tratase de un árbol, el tenedor comenzó a echar raíces dentro de las costumbres alimenticias italianas, evolucionando tanto en su forma (con dos dientes en lugar de uno) como en su uso. Y de esta manera la historia se volvió a repetir cuando Catalina de Médici, una mujer noble proveniente de una importante familia fiorentina, se casó con el rey Enrique II de Francia en 1533 y ¿sabéis qué extraño objeto metió en la maleta antes de irse? En efecto, un tenedor modelado alla italiana. De esta manera, después de varios intentos anteriores (como, por ejemplo, el de Carlos V de Francia, quien intentó introducirlo pero fracasó al ser considerado un objeto caprichoso y frívolo) el tenedor llegó a Francia y como buen señor comenzó a hacerse un hueco entre la cuchara y el cuchillo.
Sin embargo, como si se tratase del mismísimo Guillermo el Conquistador, este utensilio bidentado no se quedó ahí y en 1611 comenzó su imparable avance hacia tierras británicas. Un viajero inglés llamado Thomas Coryate vio, durante una de sus estancias en Italia, cómo los lugareños usaban este tenedor para enrollar la pasta y comerla con mayor facilidad. Impresionado, compró varios ejemplares y los repartió entre sus familiares tras su vuelta a casa en forma de curiosos souvenirs .
Como os podéis imaginar, al principio hubo un gran rechazo pues creían que solo los dedos humanos eran dignos de tocar la comida. Sin embargo, tras las múltiples enfermedades y plagas que asolaron tanto Inglaterra como el resto de Europa, el tenedor acudió como un salvador al ser utilizado con propósitos higiénicos.
Pero, ¿cuándo se estableció como rey de la mesa? Tendríamos que esperar hasta la llegada de la Revolución Industrial, cuando las fábricas comenzaron a fabricar en serie este maravilloso instrumento. El diseño varió notablemente al incorporar una ligera curva ergonómica para hacer más fuerza a la hora de pinchar y al añadir un nuevo diente, con el cual se podía coger más cantidad de carne con mayor eficiencia. Además, a partir de este momento comienza la democratización del uso del tenedor, logrando que clases altas, medias y bajas lo usaran por igual al converirse en un objeto más barato y dispónible.
Y después de tan largo viaje, aquel viejo fourchette por fin ha ocupado el trono al que estaba destinado como el rey de los cubiertos, el compañero inseparable de un campista, el símbolo de la gastronomía occidental… Puede que los orientales usen sus palillos con gran maestría, pero nosotros ya tenemos el tridente del poder. Da igual que seas vegetariano, vegano o carnívoro, el tenedor no discrimina a nadie y nos hace sentir como el Poseidón de los comensales.
Su influencia ha trascendido más allá del mero instrumento para representar toda una cultura culinaria
Además, este utensilio polidentado supone un buen reflejo de nosotros mismos, ¿pues acaso no somos nosotros mismos igual de diferentes y parecidos que un tenedor? Los hay grandes, medianos, pequeños, de acero inoxidable, de plástico, duraderos y desechables, pequeños para comer junto a los conos de patatas fritas, de colores, con mangos de animales para los más pequeños y de plata con oro para los más ricachones, de tres, cuatro y hasta cinco dientes, con un pequeño motorcillo para que te facilite el girar la pasta… Al igual que nosotros, puede que mantengan unas características similares, pero todos y cada uno de ellos son diferentes. Date una vuelta por IKEA para darte cuenta de que hay la misma variedad de tenedores como de humanos en el planeta.
Su influencia en nuestro mundo es enorme y ha trascendido más allá del mero instrumento para representar toda una cultura culinaria. La calidad de un hotel se mide por el número de estrellas, la calidad de una película con los premios que haya ganado… ¿y un restaurante? Exacto, por su número de tenedores, de 1 a 5 para ser más exactos.
Resulta inevitable: el tenedor siempre ha estado con nosotros, desde los primeros viajes del avión cuando aún éramos bebés hasta las tarteras llenas de tortilla en la playa. Así que la próxima vez que decidas batir un huevo, hacerte una ensalada o comer unas patatas fritas, míralo y recuerda esta gran aventura que ha realizado para llegar hasta ti.