El BDSM, cuyas siglas abarcan más que sus iniciales (Bondage Dominación Disciplina Sumisión Sado Masoquismo y alguna más) suele simplificarse como mezclar placer y dolor, usualmente en una relación sexual entre un amo o ama y su esclavo o esclava.
En el mundo offline, el BDSM es percibido como una perversión, una anomalía que puede ser desde inocente y pícara hasta la abyecta parafilia, pero siempre algo minoritario y underground.
Al otro lado del espectro y hasta no hace mucho, los videojuegos también han sido algo minoritario y underground. Y he ahí lo asombroso de la relación, pues el BDSM ha formado parte de los videojuegos casi desde el principio.
En el vasto mundo de los videojuegos mainstream, el BDSM está ampliamente representado. Las dominatrix son tan frecuentes que son un estereotipo en los videojuegos. El fetichismo BDSM está tan generalizado que a veces ni lo vemos: los tacones, el cuero y el látex, el látigo, las frases ambiguas…
¿Qué transmite un personaje femenino, cuyas líneas de diálogo giran alrededor de «placer» y «dolor»? Es un personaje que quiere dar guerra, que no se amedrentará a la hora de hacer sufrir al héroe y, aquí lo más importante, que no le teme al dolor que le vamos a infringir, sino que lo abraza y lo desea, como si eso fuera lo único para lo que vive. Es una tipa dura, una femme fatale a quien pegarle sin remordimientos. Además, es pérfida y malvada, cuando no una asesina fría y despiadada.
Aquí es necesaria una pequeña aclaración. Este estereotipo está sacado de la ya trillada visión que tiene la sociedad del BDSM. Son todo tropos que mezclan sadismo y masoquismo, fetichismo y fantasía, frialdad y sexualidad. Falsas ideas heredadas del cine y de la literatura pulp de quiosco, de películas ochenteras de espada y brujería y viajes a Venus y Marte, todo ello abiertamente dirigido a un público masculino ansioso de personajes femeninos empoderados, pero empoderados desde el punto de vista masculino, o sea, para alimentar las sempiternas fantasías adolescentes.
Los videojuegos, como canal creado por hombres para hombres, son sólo el crisol donde esas ideas se vuelven interactivas.
Como lenguaje visual, cada personaje necesita aportar mucha información de sí mismo de un solo vistazo. Incluso cuando no sea relevante al juego en sí, sí es importante en la imaginación del jugador. En resumen, un atuendo mágico que transmita una personalidad retorcida, promiscua y seductora es algo demasiado goloso para los desarrolladores, más cuando esa fantasía ya está implantada previamente en los ojos del espectador.
Aquí hay dos problemas. Uno, el de siempre: esa herencia perpetúa unos patrones ya existentes, los fosiliza, e impide que una nueva imagen pueda ocupar su lugar. Si nuestros padres tienen una imagen del BDSM dada por el cine, especialmente comedias idiotas y pornografía sesgada, la siguiente generación mantiene esa imagen gracias a los videojuegos, donde la estética BDSM transmite una y otra vez: «soy mala, me gusta que me peguen».
Dos, mucho más intangible, el de la ocasión perdida. Con narrativas que pueden durar decenas de horas y donde puede alcanzarse una profundidad en los personajes inimaginable en otros medios no interactivos, todavía no se ha considerado la opción de hacer pedagogía o debate sobre el tema. Cosa que no es de extrañar, visto el camino que aún queda por recorrer respecto a la homosexualidad (y un pasito más allá, el revuelo cada vez que una compañía incluye un personaje transexual, como en Dragon Age: Inquisition).
Esta pobre representación afecta no sólo al BDSM, sino a todo tipo de identidades sexuales, presentes y futuras. Tomemos de ejemplo el videojuego superventas Mass Effect. Bioware, su creador (y también de Dragon Age, citado arriba) ha sido aplaudido por introducir personajes homosexuales, incluso por permitir que el personaje controlado por el jugador pueda serlo e interactuar en consecuencia con otros personajes. Bien podría haber sido la evolución en videojuegos de lo que Star Trek fue en televisión en su momento.
En Mass Effect exploramos una galaxia con decenas de especies alienígenas, muchas de ellas antropoformes, y encontramos un montón de personajes con los que podemos establecer un romance, pero donde la máxima desviación posible son personajes homosexuales y bisexuales. Es un universo donde podríamos jugar con todo tipo de identidades, e incluso fantasear con algunas aún por crear, pero ¡leñe, aliens! ¿de verdad se rigen por los mismos estándares que los humanos?
De vuelta al estereotipo, que alguien le guste el BDSM no significa que le guste todo el espectro que este abarca, ni tiene por qué hacer de ello una bandera y transformarse en un personaje plano cuya única característica definitoria es su identidad sexual.
En definitiva, la inclusión del estereotipo BDSM en los videojuegos y de su estética no sólo perpetúa un topicazo más que mascado, sino que además es una ocasión perdida para aprovechar las posibilidades ludonarrativas de los videojuegos en aras de explorar otras identidades sexuales, las relaciones poliafectivas, la asexualidad o los géneros no binarios.
Como en tantos otros ámbitos, los videojuegos ofrecen una mirada sesgada, donde el BDSM se ve sólo como una impía relación entre dolor y placer o una ocasión para hacer parodia de algo que, por desgracia, raramente es comprendido. Es sólo una forma más de sexualizar un personaje sin ninguna necesidad narrativa.
Por si aún cabía duda, el BDSM trata sobre consentimiento, límites, seguridad y autoexploración. No implica ser promiscuo, ni irresponsable, ni sádico siquiera. EL BDSM tiene una parte de escapismo y otra de ocio a fuego lento, elementos en común con los videojuegos que, por desgracia, no han sido desarrollados hasta la fecha dentro del marco de los videojuegos mainstream. Por supuesto, existe un inframundo de pornojuegos con fines onanistas, pero que nada aportan a la conversación.
Un último detalle. El día previo a la redacción de este artículo apareció Ladykiller in a Bind, un videojuego casi ad hoc sobre lo que hemos tratado aquí. Parece un paso en la dirección correcta, y ojalá sea el primero de muchos que inviten a explorar diferentes tipos de relaciones o actividades sexuales de forma segura y cuerda.