Wolfgang Fritz es un gran amante de la música. Es fácil adivinarlo cuando en el primer cajón de su mesa encontramos un walkman con un casete de su tocayo más universal, paradójicamente detenido en su incompleto Réquiem. Por la foto que, cubierta de polvo, aún puede observarse en el escritorio se deduce que Wolfgang estaba felizmente casado con una hermosa joven de rubia cabellera, con la que tiene al menos un hijo. El pequeño Wolfgang, si es que se llama así, aparece jugando con un balón de plástico. Quizás de mayor vaya a ser futbolista. El último día tachado en el calendario es el 28 de julio y un gran círculo rojo acompañado de la palabra Mallorca señala el 15 de agosto de 2004. No hay más pistas de nuestro hombre. Si uno se incorpora desde el que un día fue su despacho puede divisar a través de la enorme cristalera – o más bien intuir por culpa de las telarañas – los vestigios de la actividad industrial en la planta inferior. Aún hay cajas de cartón por el suelo. ¿Supervisor? ¿Coordinador de la cadena de montaje? ¿Director de la fábrica? No hay duda de que el joven Fritz ocupaba algún puesto de mando. Eso fue no hace mucho tiempo. Hoy, no es más que un fantasma en mi imaginación.
Así es. Ésta es la historia que he creado basándome en las desoladoras imágenes de una fábrica abandonada en Alemania. Y todo ello sin necesidad de salir de casa. Jugar a los detectives y encontrar pistas me apasiona. Lógica deductiva desencadenada y cábalas, muchas cábalas. Siempre he sentido fascinación por los lugares abandonados. ¿Se han fijado alguna vez? Sólo el agrietado rostro de un anciano refleja mejor el paso de tiempo. Con una salvedad: el anciano ha continuado hacia delante y el abandono se detuvo el día que perdió el contacto humano y la vida dejó pasó al olvido.
Lo triste, lo trágico, siempre esconde algo de belleza
No sabría explicar cuál es el origen de esta fatal atracción. Lo triste, lo trágico, siempre esconde algo de belleza. Puedo sentir el magnetismo del drama y conjugarlo con la libertad de la imaginación. No tenemos una herramienta más poderosa que la mente. Imagínense visitando un parque temático abandonado, en el que las atracciones apenas son reconocibles por el óxido, o en el que las hierbas han tapado los caminos. Piensen en los años que hace que nadie pisa el lugar en el que se encuentran en este preciso instante. Según se adentran en el parque y encuentran el tiovivo, los coches de choque, la montaña rusa o el túnel del terror no podrán evitar sentir cosas. De lo contrario es que están muertos. Lo que contemplan les evocará quién sabe qué. Con la piel de gallina, quizás asalten su mente viejos recuerdos a pesar de que nunca antes estuvieron allí. Probablemente no sean suyos y sí de otros, de aquellos cuya historia se esconde más allá de las derruidas taquillas de la entrada. Es en cierto modo aterrador comprobar que un sitio tan expresamente concebido para la diversión sea ahora presa de un silencio devastador. Si cierran los ojos puede que alcancen a escuchar las risas de los niños colándose en la fila. ¿Por qué no se detienen un momento y dirigen su mirada a la cabina más alta de la noria? Dediquen un segundo a pensar en todos los primeros besos que allí tuvieron lugar. Un parque de atracciones abandonado aún conserva todo el amor adolescente que fue capaz de crear. Hay vestigios de felicidad en él.
Cambiemos de escenario. Es fácil pensar que un parque de atracciones o un aquapark cerraron sus puertas porque el negocio no era rentable, porque no se renovó una licencia o, quién sabe, porque un letal accidente tuvo lugar. Visitemos un restaurante, un hotel, un teatro. Un teatro vacío resulta tan imponente como patético. En Detroit tuvieron el detalle de reconvertir uno en garaje, con impactante resultado. El caso, y a lo que voy, es que además de imaginar el día a día de los lugares que visitamos cuando aún estaban llenos de vida, también podemos intentar averiguar qué ocasionó el abandono. ¿Una herencia familiar desatendida? ¿La falta de pago a los proveedores? ¿Un siniestro inesperado? Encontrar las pistas adecuadas es todo un desafío. Saber buscarlas, una habilidad que se adquiere con la práctica.
Quisiera mencionar ahora un tipo de abandono que es mi favorito. Yo los llamo apocalípticos. Me refiero así a aquellos que, por el estado en el que se encuentran, son aparentemente inexplicables. Estoy pensando en un supermercado con todas las existencias colocadas en los estantes correspondientes. O en una casa en la que la mesa está puesta, el cepillo de dientes en el lavabo y el papel higiénico en el baño. Todo normal y de repente un día la gente desapareció. Intenten hacerse a la idea de lo que tiene que ser levantar el libro que hay encima de la mesita de noche y descubrir esos trescientos centímetros cuadrados libres de polvo. Compárenlos con lo que rodea su perímetro y podrán sentir el vértigo del tiempo.
Levantar el libro de la mesita de noche y descubrir trescientos centímetros cuadrados libres de polvo
Apuesto a que en su ciudad también hay una gran casa abandonada. Estoy seguro de que han oído historias sobre los espíritus que habitan su interior y de que alguna vez se echaron a suertes con sus amigos entrar a buscar el balón que había caído en su jardín. También son comunes los trenes y barcos retirados del servicio. En fin, las posibilidades son infinitas.
Yo nunca me he atrevido a practicar este hobby del que reconozco que estoy completamente enamorado. La principal causa es que cuando lo he comentado con alguno de mis amigos a ninguno le interesó y lo cierto es que no me parece prudente adentrarse solo en un lugar en el que no se sabe lo que puede hallarse y en el que, por su condición de abandonado, es difícil que alguien te encuentre si sufres un accidente. En cualquier caso, hace unos meses, a la salida de una conocida ciudad española, me enseñaron desde el coche un hospital abandonado. Comenté mi interés por los abandonos y cuando me ofrecieron la posibilidad de detenernos a echar un vistazo no me atreví. Así que debo asumir mi parte de culpa por no practicar la exploración de lugares abandonados, pues a la vista está que quizás sea demasiado cobarde.
La suerte que tengo, y la que tienen todos ustedes, es que gracias a la globalización que ha supuesto Internet, hoy en día hay cientos de páginas y blogs que comparten experiencias de este tipo. En cierto sentido, podría decirse incluso que está de moda. Si conservan el interés al finalizar este artículo, les recomiendo visitar la web del Club C.E.L.A. (Club de exploradores de lugares abandonados), el blog Esperando al tren o las páginas lugares-abandonados y abandoned-places. En estos sitios encontrarán, además de reportajes fotográficos excepcionales como el de la fábrica de Fritz, toda la documentación que sus autores han ido recabando sobre los abandonos. También en Youtube se ofrecen muchos audiovisuales, pero si tuviese que recomendar alguno, el canal MumisPlace me resulta bastante entretenido. Quién sabe, quizás se despierte en ustedes el gusanillo por este mundo que les presento. Y en ese caso, no duden en contactar conmigo para hacer alguna expedición, pues con esa esperanza escribo este artículo. Ansío compañeros para realizar mi hobby más frustrado.
A falta de verdaderas experiencias en primera persona, compartiré a continuación las reglas más básicas que deben tener presentes si se deciden a visitar lugares abandonados:
- No forzar ni romper cerraduras, verjas, puertas o ventanas.
- Acceder y salir sin ser vistos.
- No hacer ruido.
- Dejar todo exactamente como se encuentra.
- Preservar en secreto la localización del abandono.
Adicionalmente, me parece prudente que además de intentar ir acompañados, siempre le digan a alguien dónde van a estar. Por si las moscas. También aconsejaría llevar ropa cómoda e incluso vieja, pues nunca se sabe qué lugares va a haber que atravesar. No estaría de más llevar una linterna, tanto para ver como para ser visto. Otra cosa que he leído que es recomendable es llevar ropa de abrigo, ya saben, prudencia, por el tiempo que podamos estar allí. Por la misma razón, también algo de comida y agua. Y no olviden llevar la documentación para poder identificarse si fuese necesario. No cuesta nada ser previsor.
Cuando me ofrecieron la posibilidad de detenernos a echar un vistazo no me atreví
Si han pisado una piscina este verano, estoy seguro de que han visto cómo los niños jugaban a Marco Polo. En una ocasión leí acerca de Alexander von Humboldt, considerado universalmente el padre de la Geografía moderna. Fue un explorador y naturalista alemán del siglo XIX «con un afanoso e irresistible deseo de recorrer tierras lejanas poco visitadas por los europeos», según sus propias palabras. Sin haber cumplido los treinta emprendió una expedición de cinco años por Sudamérica y América central, y lo hizo apuntando todo aquello que le llamaba la atención. En su viaje cruzó ríos, surcó mares, subió montañas. Y por el camino anotó los seres que poblaban el río, la temperatura de los mares, la vegetación que cubría la montaña. El resultado de su viaje fue una crónica de treinta volúmenes que sirvió de base de investigación para varios campos de la ciencia moderna. ¿Y qué motivó todo aquello? Sólo la curiosidad y la fascinación por conocer.
Evidentemente, ni yo ni la mayoría de ustedes seremos nunca Marco Polo o Humboldt. Tampoco caminaremos por la luna como hizo Armstrong, ni lo veremos en primera fila como Collins. En cambio, pelearemos por alcanzar cotas que serían ridículas para Amundsen o Scott, pero que conforman nuestros desafíos más personales. A ciencia cierta, a lo largo de nuestra vida nos quedaremos sin comprender muchas de las cosas que quisiéramos o que nos preocupan, o sin conocer muchos de los lugares con los que soñamos, pero no por ello debemos permitir que nuestra curiosidad descanse. Explorar edificios despojados del contacto humano difícilmente dará sentido a nuestras vidas ni las hará más plenas, pero quizás familiarizarse con lugares abandonados nos facilite la lidia diaria con nuestras propias ruinas interiores. O no. Por eso les animo a que se interesen por este hobby que les propongo. En cualquier caso, intenten mantenerse alerta ante toda posibilidad de aprender, descubrir, conocer. Como cuando eran niños y a todo preguntaban «¿por qué?». Porque el ser humano es por naturaleza curioso y mientras exploren el mundo que les rodea, seguirán vivos. Recuerden lo que les decía nuestro amigo Cosme M. del Olmo hace sólo unos meses: somos indomables.