A una, que es muy impresionable, no deja de admirarle esa gente que modela teorías en apariencia simples que, sin embargo, sirven para explicar las situaciones más dispares de la vida. Sobre todo, porque el común de los mortales lo que logramos (y eso, cuando nos ponemos) es pergeñar teorías complicadísimas con el mismo poder explicativo que el horóscopo.
Por eso, cuando aparece un señor cualquiera, llamémosle, por ejemplo, Anthony Downs, que lo mismo te explica la disposición de los chiringuitos de la playa que por qué los candidatos electorales se comportan como lo hacen, una siente la obligación de difundir su obra. Y, ¿qué mejor momento para explicar estos menesteres que al comienzo del verano, a unos días de las elecciones?
Empecemos por la playa. A, B y C son tres bañistas que, animados por la mañana de sol radiante, deciden pasar su mañana en el Sardinero. A, B y C no son amigos; de hecho, no se conocen de nada, por lo que, aprovechando que está vacía (sí, vacía, ¿alguien se había creído de verdad que en el Sardinero hay mañanas de sol radiante?), se reparten a lo largo de la playa, escogiendo aquellos lugares que consideran más idóneos para sus respectivos selfis.
La situación queda como sigue:
Godofredo, haciendo gala de la visión empresarial que, por otro lado, siempre ha caracterizado a los más ilustres santanderinos, decide montar un chiringuito de chubasqueros en la playa, pensando, no sin razón, que le reportará más beneficios que los daiquiris. ¿Cuál sería el lugar óptimo para instalarlo? Parece razonable pensar que a la altura de B, es decir, del bañista que se encuentra en el medio de los otros dos o, lo que es igual, del bañista mediano, ya que, si A, B y C fueran bañistas racionales (cosa que, en realidad, está en entredicho desde que decidieron que junio era un buen momento para ir a la playa en Santander), irían a comprar chubasqueros al chiringuito que estuviese más cercano a su toalla.
El número y posición de los bañistas es, en realidad, irrelevante: dado un número determinado de bañistas, dispuestos aleatoriamente, el lugar óptimo para colocar el chiringuito siempre será tras el bañista mediano. Por si alguien se saltó el colegio, lo recuerdo: en una serie de datos ordenados, la mediana es el valor de la variable de posición central, esto es, el valor que se encuentra en el medio. En una serie de tres datos como esta, la posición central corresponde a la segunda posición, es decir, a la de B. Si tuviéramos cinco bañistas, A, B, C, D y E, dispuestos en este orden a lo largo de la playa, la posición central sería la de C. Por dejarlo aún más claro: B no es el bañista mediano porque esté apostado en el medio de la playa, sino porque tiene a tantos bañistas a su derecha como a su izquierda.
¿Por qué es ese el lugar óptimo? Porque es el lugar en el que el valor de la suma de las distancias que cada bañista tiene que recorrer para ir al chiringuito es menor, lo que supone que en ese lugar las posibilidades de Godofredo de obtener clientes son máximas.
Si Godofredo situase su chiringuito en cualquier otro lugar, por ejemplo, detrás de C, tendría menos posibilidades de recibir las visitas de los tres bañistas. A debería recorrer el doble de distancia que cuando el chiringuito estaba detrás de B y, en consecuencia, podría racionalmente decidir volver a casa y dejar de fingir ante sus amigos de Madrid que en Santander es posible disfrutar de la playa.
¿Qué ocurre cuando los dueños de los chiringuitos no tienen la posibilidad de trasladar sus tenderetes sino que un guardia urbano, llamado Cisneros, les ha asignado un puesto fijo?
En la primera jornada de playa, los encargados de los chiringuitos azul y morado tratan de convencer a B de que realmente sus tenderetes no están tan lejos de su toalla. Para animar a B a acercarse a su tenderete, los responsables del chiringuito azul celebran todos los años una fiesta del Orgullo Gay. (Se dice en los mentideros que el dueño del chiringuito azul, tan conservador él, asistió este año a la boda de uno de los camareros con su novio). Presumen, además, de que su terraza tiene hamacas sólidas y de que los bañistas podrán disfrutar con ellos del servicio de siempre. El dueño está seguro de que B acabará cediendo, porque el bañista mediano es «muy bañista y mucho bañista».
Por su parte, los responsables del chiringuito morado aseguran a B que, aunque Cisneros los situó en la esquina oriental de la playa, están ampliando el ala derecha del local, por lo que, si B reflexiona, se dará cuenta de que no están tan lejos de su toalla. Por si eso no bastara, prometen una experiencia revolucionaria. Comienzan suprimiendo la casta de los maîtres: en el chiringuito morado todos los camareros son rasos y van a trabajar en bicicleta. Proclaman que en su tenderete se practica la coctelería participativa y hacen ver a los bañistas que los chiringuitos rojo y naranja están mucho más cercanos al chiringuito azul (y, por tanto, más lejanos de B) de lo que parece.
Ninguno de estos argumentos acaba de convencer a B, que continúa yendo cada día a tomar vermú al chiringuito rojo mientras su amigo bebe piña colada en el naranja. Al fin y al cabo, son los que están más cerca de su toalla. Pasan los días, los beneficios de los cuatro chiringuitos son exiguos y amenaza tormenta.
Cuando los dueños de los chiringuitos azul y morado comprenden que jamás conseguirán captar a B y a su amigo mientras sigan existiendo los chiringuitos rojo y naranja, pasan a la carga. En las jornadas previas a la vigésimo sexta, difunden la idea de que los chiringuitos naranja y rojo están de capa caída, que no son una opción. Corren rumores por la playa de que los cuatro chiringuitos tendrán que cerrar si no se concentra la clientela en algunos de ellos.
Curiosamente, los dueños de los chiringuitos azul y morado, tan alejados en otras cosas, coinciden en que el chiringuito naranja no aporta nada sobre el azul: los camareros son más jóvenes, más guapos, pero el proveedor de las bebidas es el mismo. Los azules sospechan que la trastienda del chiringuito rojo conduce al chiringuito morado. Los morados confían en que así sea. Reconocen, de cara a la galería, que el chiringuito rojo hacía buenos cócteles en el pasado (hasta que decidieron incorporarles cal), pero no renuncian a captar a los jóvenes hijos de B asegurándoles que, en el chiringuito rojo, como mucho, se encontrarán con sus padres.
¿Hablamos ya de los comportamientos de los candidatos electorales? Pues eso, bañistas, que bajo los adoquines de Ferraz, de Génova, de Princesa y de Ventas… está la playa.