Durante el mes de julio de este año, 2015, tuve la oportunidad de vivir y disfrutar de un proyecto de cooperación de carácter educativo en Argentina. A través de la ONG PROYDE, organización vinculada a los colegios La Salle del que fui alumna, cuyo objetivo principal es promover la educación en los países empobrecido, me uní junto a otros seis compañeros de aventura al proyecto del colegio La Salle de Malvinas Argentinas (Córdoba).
Yo ya tenía experiencia previa en esto de subirme a un avión e irme a echar una mano al otro lado del mundo. En el verano del 2012 participé en otro proyecto de verano en India, por lo que las sensaciones previas al viaje fueron diferentes en una y otra ocasión. Son muchas las dudas, las incertidumbres y las inseguridades que se sienten ante una experiencia así, pero en esta ocasión, al haberlo vivido con anterioridad, lo afrontaba de manera distinta, con mayor templanza y con una gran ilusión. Soy maestra, y después de haber puesto ladrillos en India para la construcción de una escuela, me alegraba enormemente cambiar esos ladrillos por libros en esta ocasión y llevar a cabo una labor educativa.
Malvinas Argentinas, no confundir con las islas del mismo nombre, se encuentra a unos 12km de la ciudad de Córdoba. Está dividida en tres secciones por dos autovías principales, lo que la convierte en un barrio dormitorio de dicha ciudad, es decir una zona de paso. La sección Tercera, en la cual residíamos nosotros, es una zona con muchas carencias, que no cuenta con servicios públicos y que se encuentra en pleno desarrollo. La escuela en la que trabajábamos está destinada a los niños y niñas de Malvinas, preferentemente aquellos que no tienen la posibilidad de acceder a otra institución educativa debido a la situación de vulnerabilidad en la que viven. En la escuela, además de las horas de estudio en el aula, los niños desayunan y almuerzan, o bien almuerzan y meriendan, dependiendo del turno en el que les toque. Por ello, este supone un servicio necesario para la educación y la alimentación de los niños en el barrio.
La tercera sección es una zona con muchas carencias, que no cuenta con servicios públicos
Antes de nuestra llegada, tras meses de preparación, sabíamos que viviríamos nuestro día a día con la Comunidad de Hermanos de La Salle, aunque no conocíamos demasiados detalles sobre ellos. Que nos hicieran sentir como en casa desde un primer momento facilitó nuestra adaptación al lugar. La casa tenía mucha vida: era un ir y venir de gente, debido al ritmo de trabajo de cada uno. Este ritmo de trabajo era impulsado por la ilusión que les provoca su proyecto educativo.
Al vivir con ellos, tuve la ocasión de comprobar de primera mano la gran labor que estos, y otros tantos religiosos repartidos por el mundo, desempeñan entregando su vida en la ayuda a las personas más necesitadas. Siento admiración por el proyecto educativo tan bonito que han conseguido echar a andar de la nada y espero y deseo que no tenga fin. Una vez terminada la experiencia el corazón me rebosa de agradecimiento por haberme hecho sentir en familia y de admiración por la labor que desempeñan.
En el barrio tuve ocasión de compartir momentos de reunión y diálogo con algunas familias alrededor de un mate. Familias siempre dispuestas a abrirnos la puerta de su casa para charlar e intercambiar trocitos de vida. Esta es una de las grandes ventajas de vivir la experiencia en un lugar en el que se utiliza la misma la lengua, genera confianza, y las conversaciones mantenidas suponen un gran enriquecimiento y aprendizaje de cada historia personal compartida.
A pesar de las dificultades, de los problemas, de las preocupaciones… si hay algo que caracteriza cada visita y cada conversación con la gente del barrio, es que allí tanto la sonrisa como la esperanza nunca se pierden, convirtiendo a la gente del barrio en un gran ejemplo de lucha y superación.
Los jóvenes nos hicieron sentir parte de su cuadrilla desde el momento en el que nos conocimos, nos integraron en todas sus actividades, y al día siguiente de llegar ya nos invitaron a ver la final de la Copa América, que enfrentaba a América con Chile, con ellos en casa de uno de los jóvenes, signo de la confianza que depositaban en nosotros.
Las familias siempre están dispuestas a abrirnos la puerta de su casa para charlar e intercambiar trocitos de vida
Nuestra estancia en la escuela fue breve, puesto que nuestra visita coincidió con las vacaciones de invierno, pero a pesar de ello desde el primer día apreciamos el cariño de los niños, su energía, su curiosidad y su alegría.
Como maestra, fueron notables las diferencias entre el trabajo en mi aula de aquí en España con respecto al trabajo y la organización en Malvinas. Aun así, para mí fue una gran riqueza poder compartir experiencias con los maestros de la escuela. La escuela contaba con un aula-almacén que los maestros querían transformar en laboratorio. Aprovechamos el rece de invierno para diseñarlo y habilitarlo, espacio que pusimos en funcionamiento después con los chicos a través de diferentes actividades y experimentos. La experiencia en la escuela, corta pero intensa, nos ha enseñado que para los chicos ésta es mucho más que un lugar para aprender. Es su hogar, es el lugar en el que sentirse querido, valorado y protegido.
La Casa de los Jóvenes es el único espacio de ocio con el que cuentan los jóvenes en el barrio. Dicho espacio, promovido por la Comunidad de Hermanos, pero gestionado por los propios chavales, es el lugar en el que hemos compartido con ellos actividades, sueños, ilusiones… sorprendiéndonos su implicación y compromiso con el futuro del barrio. Durante nuestra estancia en Malvinas, coincidió un evento importante para los jóvenes, una Peña Solidaria que consistía en una fiesta (organizada, una vez más, por ellos mismos), con actuaciones musicales, en las que el dinero recaudado de la venta de entradas, bebida y comida iba destinado a la mejora de la Casa de los Jóvenes. Nosotros echamos una mano esos días en la elaboración de más de 300 docenas de empanadillas. Una experiencia que nos permitió compartir un poco más del día a día de estos chicos y estrechar relaciones mientras pelábamos y picábamos 50 kg de «papas» y otros tantos de cebollas. Este es posiblemente el punto de inflexión para el barrio. Los chavales que se implican son los que desean y luchan por un futuro mejor para los jóvenes de Malvinas.
La experiencia nos permitió estrechar relaciones con los chicos mientras pelábamos y picábamos 50 kg de «papas» y otros tantos de cebollas
Otra de las actividades fuertes a la que fuimos invitados a participar fue una Colonia de Aprendizaje. Cinco días en las que unos veinticinco niños y otros tantos adultos nos juntamos para compartir, estudiar, reforzar y vivir. Nuestra labor consistió en un acompañamiento cercano y constante de los chicos, y en la preparación de distintas actividades. Para nosotros, supuso un conocimiento más cercano de la realidad concreta de cada chaval y del barrio, y una relación más estrecha con cada uno de ellos.
Toda esta experiencia ha supuesto la apertura a una nueva realidad que me ha ayudado en mi crecimiento personal y la compresión del mundo en el que vivo. Pero el compromiso no acaba aquí. La situación educativa de la Tercera de Malvinas es grave. Un alto porcentaje de niños abandonan los estudios al terminar la etapa de educación primaria (12 años) por no tener cerca un instituto en el que continuar estudiando. Esto supone que se den situaciones personales muy delicadas en los adolescentes. La construcción del secundario es la lucha, la ilusión y el sueño del barrio, del que ahora yo también formo parte y con el que desde la distancia me siento comprometida a seguir brindando mi apoyo siempre que pueda.
Aunque a priori no se sabe las vueltas que da la vida, no quiero que Malvinas sea un punto y final en la participación en proyectos de verano. Me gustaría conocer nuevos lugares, nuevas realidades y nuevas historias personales que me interpelen y me cuestionen sobre la vida que llevo y sobre lo que puedo aportar a este mundo de locos. Porque como dice el lema de Proyde «mucha gente pequeña, haciendo muchas cosas pequeñas, en muchos lugares pequeños, puede cambiar el mundo».